PETER GOODFELLOW (A PRIVATE COSMOS)

-PUNTO CERO DEL SONIDO-

El capitán Robert Richet de ascendencida francesa, físico e ingeniero de telecomunicaciones de la armada de Estados Unidos, se había pasado los últimos quince años investigando sobre el punto cero del sonido.

El ruido, según su teoría, no era más que una concepción o prejuicio social del sonido.

La física para el capitán tenía grandes lagunas que retrasaban sus investigaciones, dejando mucho que desear los avances científicos, para obtener conclusiones definitivas en su proyecto.

En él se unían la paciencia del científico y la metódica disciplina del ingeniero, lentamente iba superando obstáculo tras obstáculo y año tras año fue dando forma y fondo a sus estudios.

Con cálculos meticulosos de alta matemática, obtenidos muchas veces de abstracciones filosóficas, decidió una hermosa tarde de invierno llevar a la práctica toda esa teoría.

Construyó un amplificador de gran potencia, mando fabricar en exclusiva para él, cascos-auriculares especiales y adaptadas para la cantidad de watios.

El amplificador tenía una serie de circuitos impares modificados unido el aparato a otros aparatos de precisión sutil, que le llevó varios meses de construcción.

La teoría del capitán consistía de una manera simplificada, en lo siguiente. Si un sonido es mínimo, el oído no lo capta conscientemente, si es normal lo capta conscientemente, si es máximo no lo capta en ninguno de los aspectos conscientes e inconscientes y además daña el cerebro. Dividiendo esta diferencia en puntos, se encuentra el punto cero, perfecto equilibrio de lo máximo y lo mínimo. O mejor dicho, la máxima potencia conjuntamente emitida con la mínima potencia.

Cuando todo estuvo a punto, marcó un día para realizar el experimento sobre el mismo. Los tres últimos días los paso revisando la exactitud de los cálculos, ayudado esta vez por una terminal de computadora militar. Hecho este paso, en orden y a punto los sofisticados aparatos electrónicos situándoles en lugares precisos. Cada mando, botón, tecla, había sido puesto y graduada con anterioridad evitando omisiones de última hora. Avanzada la madrugada abandonó el espacioso gabinete y bajó al piso inferior destinado a vivienda.

Durmió profundamente con un sueño reparador del que no se despertó hasta pasado el medio día. Ni siquiera interrumpió su sueño, cuando la encargada de la limpieza que venía a su casa tres veces a la semana, realizó sus quehaceres.

Se levantó ya pasado el medio día, tras comer una precocinada y típica comida americana, escucho jazz mientras saboreaba una taza de café.

Dos horas más tarde se dirigió al estudio, puso el alimentador en marcha y comenzaron a encenderse las luces de los diversos aparatos, se colocó los potentes auriculares y pulsó el botón de iniciar el proceso que le conduciría al punto cero del sonido.

Instantes después su cuerpo fue sacudido por un impulso gigantesco, su cabeza era reventada saltando al aire su masa encefálica gris, sanguinolenta junto con sus ojos.

Esa misma mañana, el niño de la señora encargada de la limpieza, que ese día había traído consigo, había variado algunas teclas de su posición en uno de los sofisticados aparatos.

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